jueves, 30 de octubre de 2008

8 P.M

Sin control alguno sobre los órganos de mi cuerpo cuando te veo aparecer, eres la suave brisa que acaricia mi cara en un crepúsculo de primavera.
Los surcos del camino me guían hacia a tí, mi vientre se acalambra, mi sonrisa se presenta, mis pupilas se dilatan.

Cada paso, cada paso, te vienes acercando a mí, tú con tu mirada sin quitarla de la mía, me observas desde el otro lado de la calle, estás de pié esperando cruzar la calle para venir a mi encuentro.

¡Máldito semáforo! - pienso, le recrimino- estás al otro lado de la Alameda, con tu bolso lleno de documentos y trabajo por terminar en casa, no me quitas los ojos de encima, al fín, el verde para los peatones, no escucho el ruido de los autos ni de las micros, sólo te veo venir a mí, las otras personas pasan por mi lado indiferente, siguiendo mecánicamente su destino.

Te veo, te observo, mi sonrisa perpétua en los labios que esperan sentir el roce de los tuyos, después de un día de ajetreo cotidiano capitalino.

Hola mi amor me dices, hola mi amor te contesto, ¿vamos?, ¿adonde? a nuestro lugar pues, ah bueno te digo... y nuestra marcha siguió hasta el metro Baquedano, el cual nos llevaría hasta el carrito de café que hace un Señor en Puente Alto, ese café de calle, ese de rico sabor, y el testigo de nuestras conversaciones.

Es una gran noche me dices, mientras que el vapor de nuestro café se eleva a las estrellas de titilan en lo alto.

Te amo Jorge.

1 comentario:

Cofradia de la luna dijo...

Gracias Veronica por tu comentario, muy bello tu blog..."tengo la calma de aquellos a quienes nadie espera".